Para comprender lo que significa política­mente la elección de Donald Trump, es nece­sario partir de la situación política actual, la profundización de la crisis imperialista y el desarrollo de la lucha de resistencia de los pueblos del mundo, cuya vanguardia son las guerras populares y su base las luchas de liberación nacional.
El imperialismo yanqui es potencia he­gemónica única
El imperialismo es la última fase del capi­talismo, un sistema de creciente opresión, monopolista, parasitario y en descomposi­ción. El imperialismo no tiene nada bueno que ofrecer a los pueblos del mundo y a los pueblos de sus propios países. No crea riquezas, sino que las destruye; No impul­sa industrialización, sino especulación; No impulsa el desarrollo, sino que mantiene estructuras retrógradas como el latifun­dio; No invierte en los países, ¡los saquea!; No impulsa democracia, ¡sino que fascis­mo!
El imperialismo es el sistema donde las potencias pugnan por repartirse el control militar y político de las extensas regiones del tercer mundo, desde donde extraen ri­quezas sobre la base de someter a miseria nuestros pueblos.
De esta pugna, el imperialismo yanqui se impone como la superpotencia hegemó­nica única por sobre las demás potencias imperialistas. Esto ha quedado expresado, por ejemplo, en las condiciones que le ha impuesto al gobierno de Francia respec­to al papel que debe cumplir en las inva­siones militares en África. Otro caso más reciente es la pugna por Ucrania, donde el imperialismo ruso no tuvo capacidad de defender esta semicolonia suya, en cir­cunstancias que se encuentra en una po­sición geográfica mucho más aventajada que la posición del imperialismo yanqui respecto a este país.
Vemos también que el imperialismo yan­qui impone sus términos en la Unión Eu­ropea, en la OTAN, en la Organización de Naciones Unidas, en el Banco Mundial y en el Fondo Monetario Internacional, que es desde donde se definen los planes econó­micos y políticos a aplicar en el mundo.
Trump, un relevo en el plan imperialis­ta yanqui
Durante la reunión APEC celebrada en Perú (segunda quincena de noviembre 2016), el imperialismo yanqui también se impuso sobre Rusia, China y Japón. Estan­do aún Obama en la administración del go­bierno estadounidense, Donald Trump in­formó que Estados Unidos abandonará el Acuerdo Transpacífico (TPP) y en su lugar establecerá solamente tratados bilatera­les. Con esta decisión, el gobierno de Esta­dos Unidos busca en lo interno ganarse el apoyo de un sector de la clase obrera es­tadounidense, la que se siente amenazada por la cadena de producción imperialista, donde las potencias monopolizan la indus­tria avanzada y la tecnología de punta, pero todo el ensamblaje se lleva a cabo en otros países, donde los salarios son más bajos y los trabajadores gozan de menos derechos laborales. Por otra parte, la decisión de salirse del TTP le permite al gobierno de Estados Unidos imponer condiciones más desiguales en los futuros “tratados bilate­rales”, puesto que en realidad son tratados unilaterales donde la potencia imperialis­ta mandata las condiciones en que el go­bierno títere de las colonias o semicolo­nias deben firmar el acuerdo.
Es en esta espiral de mayor monopolismo, parasitismo y descomposición que Do­nald Trump asume la administración del gobierno imperialista yanqui. Los opor­tunistas y revisionistas, queriendo frenar la lucha de las masas, propagandizaron la idea de que Trump es fascista, pero Hillary Clinton no. Sin embargo, a los pocos días fue el mismo Barack Obama quien des­mintió este absurdo, al declarar que él y Trump están en el mismo equipo, que el cambio de administración es una especie de relevo, por lo que el pueblo estadouni­dense no tenía por qué alarmarse.
La elección de Donald Trump, por lo tan­to, tiene que verse como parte del plan imperialista yanqui, que busca acrecentar el saqueo al resto del mundo y la mayor opresión al pueblo trabajador de Estados Unidos. Tarea que hubiera tenido que asu­mir también Hillary Clinton si hubiese re­sultado electa. No debemos olvidar que los gobiernos actúan como gerentes en la ad­ministración del Estado, por lo que entre un gobierno y otro puede haber diferen­cias respecto a cuestiones muy menores, pero en el fondo, el Estado sigue siendo el mismo. Aquí en Chile, por ejemplo, en los últimos años hemos visto como oportu­nistas y revisionistas plantearon que por ser mujer Michelle Bachelet sería distinta, le llamaron un “liderazgo acogedor” y, sin embargo, en dos de sus administraciones hemos visto que no lo ha hecho distinto a su antecesor Ricardo Lagos y a Sebastián Piñera, quien estuvo entre los dos gobier­nos “de izquierda”. Inclusive, el hecho de que fuera mujer en nada afectó la situa­ción de opresión que viven las mujeres populares de nuestro país. En sus dos go­biernos hemos visto mujeres golpeadas y abusadas por carabineros en las manifes­taciones, prisioneras políticas mapuche sin más prueba que la declaración de te­rratenientes y policías, el encarcelamiento y asesinato de activistas, etc.
El imperialismo yanqui en Chile
Chile es un país semicolonial y semifeudal que se encuentra oprimido por el impe­rialismo, principalmente yanqui. Esto se expresa en que las principales decisiones vienen de la Casa Blanca y en que los pre­sidentes de Chile actúan servilmente a la orden que les da el amo. No olvidemos que una vez que Bachelet termina su primer gobierno va a la ONU, desde donde hace su campaña para esta segunda adminis­tración. No olvidemos tampoco que en un acto que demuestra cuán lamebotas son estos lacayos, Sebastián Piñera se puso como loco cuando Obama le permitió sen­tarse en la silla de su oficina personal, ra­yando en la caricatura de siervo.
Somos un país semifeudal porque el im­perialismo, principalmente yanqui, no permite el desarrollo de la economía. Han hecho de Chile una fuente de riquezas que produce para el extranjero y no para los propios chilenos. La minería, la agricultu­ra y la pesca, sólo por nombrar algunos, están enfocada a la exportación. Pero esta exportación ni siquiera reporta ganancias para el país, sino que para los monopolios imperialistas.
¿Cómo se explica que Estados Unidos apa­rezca como principal inversionista y China como principal socio comercial de Chile? Porque las empresas monopolistas yan­quis son las dueñas del cobre chileno, que luego venden al imperialismo chino. Así, en los balances oficiales aparece que Esta­dos Unidos es el que más invierte y China es el que más compra.

Autor: Periódico El Pueblo (Chile)

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